Es
Puerto Príncipe al mismo tiempo que
cuna de Ignacio Agramonte, prócer de la Independencia cubana,
el marco para el surgimiento del primer poema épico de la
literatura cubana.
Escrito en 1608 por Silvestre de Balboa, natural de Islas Canarias,
el poema refleja un hecho real: el secuestro de un Obispo por un
corsario francés. Es Espejo de Paciencia al mismo tiempo
que expresión de la ingenuidad e imaginación del poeta,
la revelación en ciernes del mestizaje que caracterizaría
al cubano. Allí
aparecen, rodeados por la exuberante naturaleza cubana, náyades
en ropajes aborígenes, frutos y fauna de la tierra junto
a españoles, indios y negros esclavos que constituían
la población en ese momento.
La literatura, la ciencia y la filosofía tuvieron notables
representantes en esta ciudad:
Esteban Borrero Echevarría (1849-1906), Gaspar Betancourt
Cisneros (1803-1866), José de Armas y Céspedes
(1834-1900), Enrique José Varona (1849-1933). Ellos fueron,
al mismo tiempo que fundadores en el campo de la literatura cubana,
progenitores de nuevas figuras que darían gloria a la cultura
cubana. Junto a la literatura hicieron obra de investigación,
resaltaron las costumbres de la región y en muchos casos
promovieron adelantos técnicos. Una notable poetisa, Gertrudis
Gómez de Avellaneda (1814-1873) quien incursionó también
en el teatro y la narrativa, se convirtió en figura descollante
de toda la literatura de habla hispana. A Carlos Juan Finlay, camagüeyano
de nacimiento, debe la ciencia moderna el descubrimiento del agente
trasmisor de la fiebre amarilla.
En el siglo XX, la cultura camagüeyana se enriquece con figuras
relevantes de la poesía cubana: Nicolás Guillén
(1902-1989) y Emilio Ballagas (1908-1954).
Considerado el Poeta Nacional, Nicolás Guillén expresa
con autenticidad y calidad artística la esencia del cubano
y los problemas de los explotados. En su poesía, el ritmo
evoca al son cubano, cuyo esquema rítmico está presente
en lo mejor de la música popular de este pueblo.